El Nacimiento de la Felicidad Parte III

El Nacimiento de la Felicidad Parte I
El Nacimiento de la Felicidad Parte I

Había llegado el día de mis grados. Un día que siempre recordaré no sólo por la culminación de un gran objetivo, sino porque a la misma hora mi padre entraba a cirugía. Se había fracturado un brazo y la lesión era tan severa que el doctor programó la intervención para la misma fecha de la ceremonia. 

Terminé asistiendo únicamente con mi madre (al fin y al cabo ella siempre ha sido mi apoyo más grande y mi más fiel compañera). A pesar de que me hubiera gustado estar con mi padre para compartir este momento, me sentía tranquilo. 

La ceremonia duró aproximadamente dos horas. Fue sencilla, elemental y no hubo mayor revuelo. Al final nos tomamos un par de fotos y salimos rápido, directamente para la clínica. Mi madre me acompañó durante todo el evento, pero su mente estuvo todo el tiempo en la sala de cirugía, al lado de mi padre. Algo que no sólo me pareció totalmente entendible, sino también bastante especial y bello.

Al final, la cirugía de mi padre fue supremamente exitosa. Todo marchaba bien y yo ostentaba un título académico que me acreditaba como profesional de una carrera con un nombre atractivo. Bastaba decir “negocios internacionales” para que la gente me dijera que era muy inteligente y que tendría mucho éxito en la vida.

Además, mi cartón pertenecía a una de las más prestigiosas universidades de la ciudad. De alguna manera eso contribuía a seguir engordando la fantasía utópica que cada vez crecía más en mi mente. Y junto con esa fantasía, crecía también mi ego.

A pesar de toda la calma y de todos los triunfos obtenidos, había un pequeño problema. No sabía qué quería. No tenía ni la menor idea de lo que realmente quería hacer con el diploma que supuestamente era mi pasaporte de entrada al mercado laboral.

Como les comenté en el capítulo anterior, el último semestre fue una epifanía. Y no porque se me revelara lo que quería hacer, sino porque lo que pensaba que quería hacer, ya no era lo que realmente sentía que quería hacer.

Me bastó este corto tiempo para descubrir que aunque me apasionaba mucho -y me sigue apasionando- el conocimiento, no deseaba explotarlo publicando artículos académicos. Publicaciones en las que tenía que seguir un formato preestablecido, exento de cualquier expresión personal. Escritos de carácter ‘científico’ en los que prácticamente repetía lo que otros ya habían dicho, pero con otras palabras. Sin duda algo desalentador para la sabia rebeldía que ya se había empezado a gestar en mí.

Mi visión era tan miope y tan ingenua, que llegué a pensar que por haberme graduado de esa universidad y por haber cosechado ciertos triunfos durante mi trayectoria académica, obtendría los mismos resultados en cualquiera que fuera el trabajo que quisiera escoger.

Como si fuera poco, el esquema formativo de la institución tenía un enfoque gerencial que daba la impresión -o al menos así fue como lo interpreté yo- de que todos seríamos jefes y directores ejecutivos, no más entrar a trabajar en cualquier organización.

Nada más alejado de la realidad. Sin embargo, los desajustes de mi agitada vida laboral, empezaban a pasar factura. Un síndrome tan peculiar como desconocido, se había instalado en mí. El síndrome de Ícaro ahora se manifestaba.

Si han escuchado el famoso mito griego de Ícaro, recordarán que su padre Dédalo, era un prodigioso inventor. Una de sus más ingeniosas creaciones fue la construcción de un mecanismo tan simple como sofisticado. Se trataba de unas alas que regaló a su hijo para volar. Sin lugar a dudas un invento grandioso para una época en la que sólo las aves seguían teniendo el privilegio exclusivo de surcar los aires.

Sin embargo, su padre le advirtió a Ícaro que bajo ninguna circunstancia se elevara muy alto. Lo previno de que se mantuviera a una altura prudente para que los rayos del sol no hicieran estragos en la cera que unía las plumas a la estructura de las alas.

A pesar de la advertencia, Ícaro estaba tan absorto y tan entusiasmado, que su euforia le hizo olvidar la cautela y terminó elevándose tanto que la cera de sus alas se derritió y con ello, el ensueño mágico en el que se hallaba. El pobre muchacho terminó estrellado en los acantilados cerca al mar, sin que su impotente padre pudiera hacer nada por él.

Al igual que muchos otros mitos de origen griego, el de Ícaro ha servido para ilustrar y explicar ciertos fenómenos del comportamiento humano. 

En la psicología humana, representa la arrogancia y el entusiasmo ingenuo que se manifiesta particularmente en las personas jóvenes o inexpertas que abordan por primera vez una iniciativa, sin considerar de manera juiciosa (no perfeccionista ni extrema) los riesgos y consecuencias de progresar en cualquier propósito que se quiera realizar. 

De manera muy regular, olvidamos considerar si el destino emprendido es en realidad el que más se alinea con nuestra auténtica esencia. En muchas ocasiones tomamos decisiones basados en la influencia de otras personas o de información que nos hace pensar que estamos eligiendo lo que más nos conviene.

Cuando ascendemos sin saber si el camino que nos lleva a la cima es realmente el mejor para nosotros, sin descansar, sin hacer pausas para disfrutar de los otros ámbitos que también integran nuestra naturaleza humana, es cuando corremos el riesgo de volar tan alto que nuestras alas se queman, y no es sino cuestión de tiempo para que nos precipitemos hacia las rocallosas costas de nuestro árido acantilado emocional.

Quiero decirles que durante el último año de mi carrera, y especialmente en los últimos meses de mi último semestre, volé tan alto y ascendí tan ingenuamente confiado, que sin darme cuenta me quemé. Me había asfixiado con el propio humo del cohete intelectual que me propulsó hacia las cumbres del éxito.

Llegué a un punto bastante alto donde coseché algunos logros, pero lo hice de forma tan abrupta que terminé inconsciente como los pilotos que se enfrentan a la aplastante fuerza de la gravedad.

Aunque desde muy temprano he sabido que mis talentos están en las áreas de la literatura y la escritura, no me había tomado el trabajo (en realidad gran, pero valioso trabajo) de escoger por mi mismo el área en donde quería aplicar todo el potencial de dichas habilidades.

Con todo, esta precipitada caída fue el inicio del Nacimiento de la Felicidad en mi vida.

Hasta pronto y nos vemos en la próxima publicación.

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