Era el comienzo de un nuevo año. Muchas metas y propósitos se paseaban por mi mente. Me sentía pleno y libre. Libre de toda la carga académica que tuve durante todo el año anterior.
Aunque me sentía tranquilo y contento, estaba un poco preocupado por mi futuro laboral. Debido al cansancio que me había causado el trabajar exclusivamente enfocado en la teoría, tenía muy claro que no quería trabajar más en la academia.
Al menos no en el corto plazo como lo hice durante mi labor como investigador. Necesitaba oxigenar mi carrera y concretar nuevas experiencias.
En realidad anhelaba profundamente explorar un área más práctica. Quizás una modalidad en la que pudiera hacer uso de mis conocimientos teóricos, pero con un fin más específico. Quería trabajar en una empresa comercial y llevar a cabo funciones más aplicables.
Sentía que tenía muchos conocimientos, pero ignoraba cómo aplicarlos bien. Aunque había trabajado más de seis meses durante mi práctica profesional, realizando funciones no académicas en una compañía comercial, seguía anhelando realizar algo vinculado con los negocios.
La idea de tener un negocio propio se venía gestando en mi mente desde hacía varios meses. Concretamente desde que iniciara mi periodo de práctica.
En ocasiones, tomé ventaja de algunos espacios para investigar y mirar el tipo de negocio que me gustaría tener. Sin embargo, no fue sino hasta que el síndrome de Ícaro me atacó, que comencé a considerar esta opción con más seriedad.
Fue así como iniciando un nuevo año y recién graduado, tomé la firme decisión de ser emprendedor. Realmente me frustraba profundamente la idea de tener que cumplir con algo solamente por la razón de ganar dinero.
Mi plan era tener un negocio que me permitiera tener los recursos para poder estudiar sin ninguna presión lo que realmente quería. Filosofar y escribir por el simple y puro disfrute de pensar.
Tal y como siempre lo han hecho los mejores pensadores y escritores de todos los tiempos. Un ideal quizás bastante romántico y utópico, pero que siempre ha valido la pena para quienes albergan en su interior un espíritu de independencia.
En otras palabras, anhelaba tener libertad y autonomía sin tener que trabajar para sobrevivir. Aquí fue donde comenzó toda esta aventura que me llevaría -de manera parecida a la de Ulises– por incontables experiencias y aprendizajes que me permitieron encontrarme conmigo mismo.
No fue nada fácil. Debo decir que a diferencia de los que siempre dicen “en más de una ocasión yo…”, yo quise tirar la toalla no en más de una, sino en «incontables ocasiones». Ahora que miro hacia atrás con detenimiento, me doy cuenta de la simple lógica que me llevó a cometer muchos errores.
Se trataba de un joven que durante mucho tiempo se había criado junto a la filosofía y las letras. Y ahora, de repente, incursionaba como emprendedor.
Era como pedirle a un poeta (con el respeto máximo que les tengo a todos los literatos y eruditos) que, de buenas a primeras, dejara la pluma para gerenciar un negocio. Nada más absurdo y desafiante.
Sin embargo, acepté la misión y literalmente me embarque en la emocionante «empresa de crear empresa». No tenía ni la menor idea de el inmenso desafío que estaba por llegar.
También ignoraba muchas de las leyes universales del éxito y la felicidad. Mi ingenuidad y mis triunfos anteriores, me llevaron a pensar que este nuevo camino sería color de rosa y que el viaje sería emocionante.
Sobre lo primero, estaba totalmente equivocado. Sin embargo, respecto a lo segundo sí que puedo afirmar que ha sido este el periplo más importante de mi vida. Se trata del emprendimiento que me ha permitido conquistar los niveles de paz, éxito y felicidad que actualmente experimento a diario, en todas las dimensiones más importantes de mi vida.
A pesar de todas las dificultades y retos, emprender ha sido sin lugar a dudas la mejor decisión que he podido tomar en la última década de mi vida.
¡Felicidad Auténtica al Máximo!