La felicidad no es la última panacea ni tampoco la última cura contra la desdicha y el malestar.
Obsesionarse con la felicidad y perseguirla obcecadamente sin ni siquiera saber por qué, es una gran equivocación que puede conducir a la frustración.
Buscarla tan sólo porque está de moda o porque todo el mundo quiere ser feliz, no es la manera correcta de abordarla ni mucho menos de comprenderla.
En principio, es preciso entender que la felicidad es un intangible.
Aunque todos la anhelamos, no se puede poseer ni tocar. Al menos no de manera literal.
Sin embargo -curiosamente- sí la podemos sentir.
Podemos saber si somos felices o no. Sabemos si estamos contentos o aburridos, alegres o tristes.
Por otro lado, y como ya hemos visto en algunas de las publicaciones de este blog, la felicidad es un concepto tan abstracto que no tiene una definición única.
Por exagerado que parezca, intentar definir la felicidad es una tarea vana y frustrante.
Intentar clasificarla y categorizarla es una labor que durante siglos sabios, eruditos, místicos y demás valientes, han intentado completar, empero, sin mucho éxito.
Aunque gracias a muchos de estos genios hemos podido vislumbrar nociones sumamente sabias y valiosas, la felicidad sigue siendo un término tan complejo como simple.
Complejo porque por más que alcancemos un consenso al respecto, será bien difícil que para todos los seres humanos, signifique lo mismo.
Y simple, porque sí que es muy cierto que existen unos principios y leyes que rigen la Felicidad Auténtica.
Es evidente que, sin los distintos aportes de quienes consagradamente han dedicado su vida a pensar sobre la felicidad, no sería posible entender hoy la noción de Felicidad Auténtica.
Esa clase de felicidad por la que tanto abogamos en SERES FELICES.
Una noción que, a propósito, es el estandarte de felicidad que guía y orienta los diferentes servicios promovidos en SERES FELICES.
Diferentes contenidos que impartimos en formato de clases, asesorías, consejerías, entrenamientos y talleres.
En definitiva, gracias a las diferentes definiciones que se han esbozado sobre la felicidad, se ha podido construir recientemente un concepto más poderoso y preciso.
Un concepto que reconoce y acepta las necesidades humanas, sin convertirlas en una excusa para no trascender y efectuar mejoras en nuestro crecimiento personal y espiritual.
Ahora bien, cuando declaro que la felicidad no es la última panacea, quiero decir que la felicidad no es el santo grial ni la píldora mágica de la solución a nuestros problemas.
Al afirmar que la felicidad no es la última panacea, también me refiero a que debemos ser cautelosos al momento de emprender nuestro viaje hacia el destino de la felicidad.
Antes que nada, la felicidad no es ningún destino.
La felicidad verdadera y por la que realmente vale la pena esforzarse, es la que nos permite disfrutar del trayecto sin obsesionarnos con la meta.
En segundo lugar, y aunque hayas oído lo contrario en muchas partes, ninguna obsesión es buena.
Puede que obsesionarte con algo te lleve a tener éxito y a lograr tus objetivos, pero no te hará más feliz.
Además, ¿qué sentido tiene ser exitoso sino eres feliz? O ¿qué sentido tiene creer que somos felices sin ni siquiera saber en qué tipo de felicidad estamos invirtiendo nuestra atención?
¿Acaso para invertir dinero en una empresa, no sería mejor primero conocerla a fondo?
¿No reduciríamos notablemente nuestro riesgo de perder dinero al invertir en algo que entendemos y conocemos? Yo estoy convencido que sí.
Y es que la felicidad es una inversión. Una inversión de tiempo, de pensamientos, de creencias y de filosofías.
Durante todo el día estamos en diálogo constante con nosotros mismos.
Al igual que un ordenador o un celular, nuestra mente necesita de un software y de unos aplicativos para llevar a cabo distintas funciones.
Así es la naturaleza de la mente.
No se trata tanto de vaciarla y dejarla en blanco, sino de reprogramarla, instalando un componente de creencias y filosofías más constructivas y facultativas.
Porque… si de todas maneras vas a pensar, ¿por qué no hacerlo en una escala de pensamientos que generen felicidad y alegría?
Quieras o no, vas a tener que tener en tu mente una filosofía o forma de ver y entender la vida, ¿entonces por qué no tener la filosofía correcta?
¿Por qué no instalar el mejor software mental que nos ayude a programar nuestra mente para que opere en función de una vida feliz y plena?
La felicidad no es la última panacea cuando confundimos placer, con felicidad.
La felicidad tampoco es la última panacea, cuando pensamos que para alcanzarla es necesario lograr determinado objetivo.
Debemos ser cautelosos con la cantidad de influencias que condicionan nuestra noción y entendimiento sobre la felicidad.
Ahí afuera abundan, por no decir que «pululan» y «bullen», sobredosis de contenidos alusivos a la «felicidad».
La mayoría de ellos, desgraciadamente, son tergiversaciones muy superficiales de lo que en realidad significa ser auténticamente feliz.
Y aunque tenemos derecho al placer y -por qué no- a la superficialidad, debemos saber distinguir entre los placeres destructivos y la superficialidad intoxicante.
No hay nada de malo en cultivar esos placeres que enriquecen nuestra existencia ni de ser superficial cuando ello nos distrae conscientemente del frenesí de la vida.
Lo importante es poseer la sabiduría suficiente para reconocer los límites entre lo que nos ennoblece y lo que nos destruye.
La felicidad no es la última panacea cuando para ser felices nos convertimos en egoístas.
Cuando sólo pensamos en nuestro bienestar, sin considerar el bienestar ajeno, difícilmente podremos ser felices.
La felicidad auténtica exige que, de manera consciente, trabajemos en algo que contribuya con nuestro progreso a la vez que contribuimos con el progreso de los demás.
Lo grave de no tomarse en serio el trabajo de estudiar y entender la felicidad, es que -seamos concientes o no- esas influencias y contenidos van colonizando nuestra mente.
Se van sembrando como semillas que tarde o temprano pelechan.
Y el problema no es que pelechen, el problema es el tipo de frutos que terminan germinando.
Todos sabemos que, por principio, de la semilla, dependerá el fruto. «¡Cosecharás lo que siembres!»
La felicidad no es la última panacea cuando se convierte en una exigencia autoimpuesta.
En el momento en que haces las cosas por obligación y no por amor y elección, te has desviado del camino.
Por eso, es muy importante reflexionar sobre nuestro propósito de vida.
Debemos saber muy bien qué es aquello a lo que nos queremos consagrar.
En qué queremos fortalecer nuestros talentos y sobre qué aplicar nuestras habilidades más destacadas.
Existen incontables definiciones sobre lo que significa ser felices.
De la definición que tengas sobre la felicidad, dependerá el resto de lo que entiendas sobre las diferentes prioridades en tu vida.
Si para ti la felicidad consiste en ser famoso y tener mucho dinero para comprar un yate y navegar sin preocupaciones por el mar egeo, está bien.
Sin embargo, déjame decirte que corres el riesgo de sentirte insatisfecho e insuficiente hasta que -quizás sí, quizás no- consigas ese yate.
Hasta entonces, te pasarás tu vida trabajando sin descanso en levantar la fortuna que te permita comprarlo.
Aparte de todo, te perderás la dicha que supone disfrutar del proceso de alcanzar tu meta.
¿Por qué no mejor programarse para conseguir el yate, mientras te sientes pleno y satisfecho hoy?
¿Qué tal si amasas tu fortuna haciendo algo que de verdad te apasione?
Aprender a disfrutar del trayecto, sin obsesionarse con la meta es preponderante para ser verdaderamente felices.
Bajo el esquema de la felicidad auténtica, no está prohibido materializar tus sueños y alcanzar tus metas.
Al contrario, la felicidad auténtica nos prepara para soñar en grande, actuar en grande y lograr en grande.
Al tratarse de una forma de ser que fomenta la riqueza y la prosperidad multidimensional, la felicidad auténtica nos prepara para recibir y merecer lo mejor en todas las esferas de nuestra vida.
Por último, la felicidad no es la última panacea si nos dejamos convencer de que la felicidad es sinónimo de consumismo y posesiones materiales.
Hoy en día, el afán por consumir está devastando la mente de quienes creen que la felicidad está en acumular.
No tienes que ser un seguidor de SERES FELICES ni haber leído todas las entradas de nuestro blog para comprender que la felicidad interior no consiste en poseer, sino en disfrutar.
Tener la capacidad de disfrutar de todo (o bueno, de casi todo) y en todo momento, sin necesitar nada, es una de las facultades de los seres auténticamente felices.
Finalmente, la felicidad sí es la última panacea cuando aceptamos nuestra condición humana, y a pesar de nuestras flaquezas y limitaciones, decidimos emprender el camino hacia una vida de mejora continua.
La felicidad superior o auténtica es una disciplina. Una práctica consciente que se puede convertir en un sistema de «super hábitos».
Un sistema que no sólo abarca nuestra espiritualidad, sino también nuestra humanidad.
Es decir, nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Nuestra parte más sublime y nuestra naturaleza a fallar y equivocarnos.
Lo mejor de todo es que al practicar la auténtica felicidad, mejoramos nuestras debilidades y fortalecemos aún más nuestras fortalezas.
Afinamos nuestros talentos y nos sintonizamos con una frecuencia de armonía mental que nos permite fluir sosegadamente en la vida.
Además, siendo la felicidad auténtica una manera de ser, nuestra naturaleza de felicidad se manifiesta y se exprese espontáneamente.
Así como reaccionamos agresivamente, podemos aprender a reaccionar amorosa y tranquilamente. Aun cuando se trate de acontecimientos difíciles o retadores.
Todo ello se puede lograr, dándole a la felicidad auténtica el verdadero puesto que se merece en nuestra vida.
Practicando, entrenando y ejercitándonos -sin obsesión- hasta que se implante como nuestra nueva manera de ser. Nuestro nuevo estilo de vida.
Con todo, la felicidad no es la última panacea cuando dejas que sean otras cosas y otras personas quienes te impongan lo que es la felicidad.
Por el contrario, cuando asumes la responsabilidad de trabajar sosegadamente en procura de una felicidad interior, independiente de todo, entiendes que esa felicidad sí es la última panacea.
Y tú ¿piensas que la felicidad sí es o no es la última panacea?
Déjame tus comentarios.