Mi mayor éxito ha sido fracasar. El fracaso no sólo ha sido el maestro de quienes ya han conquistado el éxito, sino que también se ha convertido en uno de mis mejores tutores. A través de sus enseñanzas he conquistado aprendizajes invaluables que todos los días transforman mi vida.
Considero al fracaso como un maestro que nos enseña toda la vida y no sólo mientras somos principiantes. Es un eterno y valioso compañero que imparte lecciones magistrales a iniciados y expertos.
Quienes reniegan de sus efectos, se verán sometidos a su influencia hasta que aprendan la lección. Quienes lo aceptan y logran entender su verdadero propósito, obtienen conocimientos prácticos que entran a formar parte de lo que llamamos experiencia.
Si leíste mi serie de artículos, «El Nacimiento de la Felicidad», sabrás un poco más sobre mi historia personal. Allí, a través de siete capítulos, relato algunos sucesos que me sucedieron a lo largo de casi una década. A pesar de ser una historia desarrollada en siete artículos, sigue siendo tan sólo un minúsculo resumen de algunos momentos que fueron decisivos a la hora de cambiar mi vida.
Acontecimientos fundamentales que literalmente revolucionaron mi mentalidad y mi forma de ver y entender los aspectos más importantes de la vida. Aspectos tales como el trabajo, el éxito, la familia, la espiritualidad y la felicidad.
Mi vida se revolcó no porque tuviera éxito, sino porque comencé a cometer errores. Cuando inicié mi carrera como emprendedor, quedé a merced de la incertidumbre y de lo desconocido. Al igual que un tren, me descarrilé y me estrellé. Me salí del camino ya delineado que normalmente lleva a una vida prediseñada. Como es natural, cualquier choque genera lesiones. Unas se sienten más fuertes que otras, pero todas producen un impacto que nos golpea.
Todo eso puede incluso causarnos traumas, cuya recuperación dependerá en gran medida del tratamiento que realicemos. Si tu tratamiento consiste en reincidir tercamente en tus errores, sin hacer un alto en el camino para reflexionar y recapacitar, seguirás retrasando la recuperación de una herida que debe cicatrizar. Debe sanar para que puedas continuar tu camino haciendo uso de todo tu potencial. Hasta que no se cure apropiadamente, seguirás siendo proclive a lesionarte.
Yo he tenido éxito porque me he permitido fracasar y aprender en gran medida de mis errores. Por supuesto que ha sido un camino largo y difícil en el que he tropezado más de una vez, incluso con la misma piedra. Adquirir la consciencia para evaluar nuestra propia vida, sin emitir juicios ni críticas que fragmenten nuestros anhelos de seguir adelante, es una facultad que demanda una alta dosis de concentración y comprensión.
Lo anterior incluye aprender también de la experiencia ajena, lo cual en muchos sentidos parece imposible. No por nada varios de nuestros más insignes pensadores, han redactado máximas en torno a lo difícil que es aprender de la experiencia de otros. En gran medida, estamos predestinados a experimentar vivencias en las que inevitablemente debemos ser protagonistas.
Por más inteligentes, previsibles y cautelosos que seamos, tarde o temprano cometeremos algún error considerable. Aunque otras personas nos previnieran con sus experiencias al punto de generarnos temor, algunos errores son ineludibles. De ahí que la mejor propuesta no sea vivir condicionado bajo una extrema cautela que nos sumerja en la preocupación, sino aprender a gestionar el fracaso.
Aprender a manejar el fracaso requiere cambiar el significado de lo que hasta ahora hemos entendido como tal. Fracasar no es más que un verbo que quiere decir equivocarse o cometer un error. Lo que debemos interiorizar es que fracasar no es perder para siempre las esperanzas de conseguir un futuro mejor. Tampoco significa un estado de equivocación perpetuo en el que uno se queda atrapado para siempre. Es una transición temporal y pasajera. Se volverá permanente si le damos un significado inflexible que nos impida sobreponernos a cualquiera que sea la pérdida y recuperarnos para volver a comenzar.
El problema está en la forma en que cada uno lo entiende. Si lo entendemos como lo que es, un estado transitorio que nos sirve para evaluar lo realizado y volver a comenzar, lo estaremos percibiendo como lo que realmente es. Pero si lo vemos como el final de algo que no podemos volver a intentar, nos veremos afectados por los efectos de un concepto que gran parte de la humanidad ha mal interpretado durante siglos.
Fracasar es el resultado de comenzar a trabajar en algo en lo que aún no somos expertos. Al no ser expertos es natural que no atinemos al blanco en el primer intento; quizás ni siquiera en el segundo, tercero o cuarto. Atinaremos en el blanco luego de dedicarnos con disciplina y perseverancia a practicar y practicar nuestros lanzamientos. Y mientras más grande sea nuestro propósito, más fracasos debemos estar dispuestos a enfrentar.
Por eso el fracaso no es más que la antesala del éxito. El fracaso es la metamorfosis por la que atraviesa el éxito. En otras palabras, el fracaso es la oruga y el éxito la mariposa. Esta misma analogía nos permite entender por qué a muchas personas les repugna la oruga, mientras que la mariposa les parece hermosa. La verdad es que la oruga sigue siendo parte de la mariposa. Lo que sucede es que sus nuevas características ahora complementan y adornan la base original de su tronco.
Si insistes en pensar que la oruga no es parte de la mariposa, será bastante difícil que entiendas que el fracaso es parte del éxito. Resignifiquemos el fracaso y aprendamos a convivir con él. Establezcamos una relación como la que tiene un mentor con su aprendiz. Una relación provechosa en la que este último aprende con sabiduría y paciencia de su mentor y maestro.
Aprendamos a apreciar la belleza de la oruga y no sólo la de la mariposa. Entendamos que cada etapa es única e indispensable en la metamorfosis que se requiere para llegar al éxito. Tampoco olvidemos que el verdadero fracaso consiste en ni siquiera intentar nada por el mismo temor a fracasar. En quedarnos paralizados frente a la primera caída o pérdida que nos sorprenda. Y en eso también consiste saber manejar el fracaso: en saber a conciencia que debemos estar preparados y anticipar las derrotas necesarias para ganar la totalidad de la guerra.
Sólo alguien ingenuo que no haya practicado las horas suficientes con «el mentor fracaso», podría sorprenderse cuando cae o enfrenta una derrota. Quienes ya han convivido el tiempo suficiente con él, han aprendido a vivir tranquilos al lado de la adversidad. No se alteran cuando éste los golpea, pues saben cómo utilizar la fuerza de ese golpe para que impacte a su favor.
Por consiguiente, el fracaso del que sí debemos huir, es aquel que nos recluye en la prisión de un orgullo ciego que nos impide entender que tenemos la oportunidad de volverlo a intentar. Por supuesto, que no se trata de hacer una y otra vez lo mismo esperando resultados diferentes ni de reincidir tercamente en un mismo error. De lo que se trata es de evaluar, pensar e identificar todo aquello que hicimos, para saber qué no debemos hacer más y en qué sí enfocar nuestros esfuerzos cuando nos volvamos a poner de pie para luchar el segundo round. De esta manera, podemos realizar los ajustes necesarios para emprender nuevos caminos y nuevas formas de perseguir nuestros sueños.
Abracemos el fracaso y aprendamos a convivir en armonía con él para que podamos sacar el máximo provecho de sus magistrales lecciones. Con ello, no sólo nos alinearemos con el éxito, sino que incrementaremos también nuestros niveles de felicidad.
Al entender que el fracaso es algo transitorio, evitaremos caer en profundas depresiones que agobian y atormentan la vida de quienes aún insisten en que éste es una trampa permanente de la que nunca más se puede salir.
Gracias a este entendimiento es que hoy puedo decir que mi mayor éxito ha sido fracasar. En otras palabras, aprender a fracasar de la forma en que lo hacen las personas exitosas y felices.